La ciencia de gobernar o el difícil arte de dirigir
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OPINIÓN
José Ricardo Stok
José Ricardo Stok
PAD, UNIVERSIDAD DE PIURA
(enviado por Marissa Villena)
La marcha de un país, de una
empresa u organización, está confiada a los gobernantes o directivos; y esa
tarea es una responsabilidad importante y, tanto más, cuanto más dependa de su
accionar. Si definimos con el diccionario, la dirección como ciencia, será un
conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento,
sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes
generales. Pero la realidad muestra, día a día, que dirigir o gobernar no es
solo cuestión de conocimientos; esto es condición necesaria pero no suficiente,
hace falta hacer el bien, y hacerlo bien. Por esto decimos que es arte: virtud,
disposición y habilidad para hacer bien algo. Es una cuestión que requiere una
armónica mezcla de inteligencia, voluntad, rectitud y ética. Evidentemente, no
es actividad para todos.
Muchas veces se cree que
dirigir es mandar, asociándolo con dar órdenes; lo importante es establecer un
orden, y para esto hace falta tener conceptos claros; es decir, una capacidad
de comprensión de la realidad para señalar las prioridades adecuadas en cada
caso. Para mandar, primero hay que saber obedecer: a las propias obligaciones y
principios, sin claudicaciones ni componendas; a los mandatos recibidos, sin
cesiones ni rebajas cicateras. Al mandar se sirve; y hay que “servir para
servir”, entendiendo esto en su doble sentido: de entrega a los demás y de
utilidad.
También es importante tener
conciencia de que no conviene dirigir en solitario: pedir consejo es señal de
un actuar prudente, que amplía y enriquece la propia opinión, a la vez que
fortalece la unidad. Pero esto requiere elegir bien a los colaboradores,
evitando los mediocres, los adulones o los genios soberbios; caso contrario se
elevan los costos de coordinación y la eficiencia se empobrece. Ciertamente,
también hay que estudiar los asuntos, ponderando bien las consecuencias de cada
decisión: a esto nos conduce la virtud de la prudencia, a discernir lo que es
bueno o lo que es malo, para seguirlo o para huir de ello; si no se discierne,
acertar será una lotería.
Y existen dos grandes peligros
de los que un gobernante debe huir: el miedo y la mentira. El directivo debe ser
consciente de que tanto él como quienes están a su cargo son seres humanos
pasibles de sufrir esas lacras. El gobernante con miedo no actúa; o cede o
abdica y termina mintiendo; el dirigido con miedo se esconde y cae fácilmente
en la mentira o la corrupción. El directivo que se impone a fuerza de miedo
fomenta la inacción y el engaño.
También existe el miedo a
pensar, que conduce a caer por ignorancia en el error, y de allí a la mentira,
apenas hay un paso. Mientras el que miente lo hace adrede, el que se equivoca
no lo hace queriendo. Dirigir es cambiar la conducta de otros de manera que
hagan lo que se desea que hagan; el desafío es, además, que quieran hacerlo. El
ejemplo es un prerrequisito fundamental: una persona que no se gobierna a sí
misma, no podrá gobernar a nadie.
A decir del filósofo Leonardo
Polo: “Es humano tener miedo; lo que no es humano es temer al miedo; integrarlo
hasta tal punto que uno se convierta en miedoso […] el subdesarrollo no es una
consecuencia de la ineptitud, es la consecuencia de mentir demasiado, de que la
gente no se fía de nadie”. La mentira condena y el miedo paraliza. Y hoy hace
falta una cruzada de valentía y veracidad: la sociedad lo reclama a gritos; el
país se fortalecería en todo sentido.